Equipo del Seminario - 1962
A veces la mente guarda imágenes que uno no sabe ni por qué,ni para que, pero quedan allí como una cinta antigua, medio borrosa. Una de esas quedó en mi mente, Miguel Zuleta con sus largas piernas de adolescente corriendo desparramadamente tras de la pelota, sólo, feroz, contra mi arco. No recuerdo si llegó a convertir el gol. Que lata por Miguel, pero el motivo por el cual no lo recuerdo es que más me llamó la atención “el cómo se las arreglaba para no hacerse una zancadilla así mismo”.Capeletti, ¿Se acuerdan de Capeletti? Yo le tengo grabado. Un gigantón que se hacía pasar por niño. Que cuando corría persiguiendo la pelota, no se abría paso, barría con todo hasta llegar a mi arco como esos tanques italianos de la segunda guerra mundial “sin marcha para retroceder” y con el vuelo que solía traer se metía en él con pelota y todo. Era cuando yo deseaba dejar de ser arquero.
Jorge Acuña Castillo. ¿De verdad le recuerdan? El chico tenía clase. La paraba de pecho y luego la pisaba, miraba el arco contrario y comenzaba su avance. Claro que eso duraba hasta que Capeletti se acercaba.
Entre otras imágenes que vienen a menudo a mi mente, es estar sentado a pleno sol de invierno, en el bucólico costado del arco norte de la cancha de los adultos, mirando como una avispa estaba afanada en construir su nido justo donde yo tenía mis pies. En la cancha el partido de futbol estaba a todo dar, pero me era imposible perderme el espectáculo que me regalaba la avispa. En esos menesteres estaba cuando a consecuencia de los gritos levanté la vista y vi venir a todo dar contra el arco a Rodomiro Osorio quien literalmente fusiló al podre arquero. No recuerdo quien cuidaba ese arco, pero si recuerdo que la pelota se incrustó en su pelvis y lo tiró de espaldas hacia atrás un par de metros, pero en ese jaleo, claro, la avispa desapareció.
En fin, no deseo aburrirles con cuentos de futbol y espero algún otro día contarles de Peñaloza, de Díaz, Pavón, y tantos otros.
A pesar de la distancia y el tiempo les recuerdo con un gran cariño.
Escrito por Victor Rocher