martes, 26 de junio de 2012

Hora de fútbol en el Seminario

 Equipo del Seminario - 1962
A veces la mente guarda imágenes que uno no sabe ni por qué,ni para que, pero quedan allí como una cinta antigua, medio borrosa. Una de esas quedó en mi mente, Miguel Zuleta con sus largas piernas de adolescente corriendo desparramadamente tras de la pelota, sólo, feroz, contra mi arco. No recuerdo si llegó a convertir el gol. Que lata por Miguel, pero el motivo por el cual no lo recuerdo es que más me llamó la atención “el cómo se las arreglaba para no hacerse una zancadilla así mismo”.
Capeletti, ¿Se acuerdan de Capeletti? Yo le tengo grabado. Un gigantón que se hacía pasar por niño. Que cuando corría persiguiendo la pelota, no se abría paso, barría con todo hasta llegar a mi arco como esos tanques italianos de la segunda guerra mundial “sin marcha para retroceder” y con el vuelo que solía traer se metía en él con pelota y todo. Era cuando yo deseaba dejar de ser arquero.
Jorge Acuña Castillo. ¿De verdad le recuerdan? El chico tenía clase. La paraba de pecho y luego la pisaba, miraba el arco contrario y comenzaba su avance. Claro que eso duraba hasta que Capeletti se acercaba.
Entre otras imágenes que vienen a menudo a mi mente, es estar sentado a pleno sol de invierno, en el bucólico costado del arco norte de la cancha de los adultos, mirando como una avispa estaba afanada en construir su nido justo donde yo tenía mis pies. En la cancha el partido de futbol estaba a todo dar, pero me era imposible perderme el espectáculo que me regalaba la avispa. En esos menesteres estaba cuando a consecuencia de los gritos levanté la vista y vi venir a todo dar contra el arco a Rodomiro Osorio quien literalmente fusiló al podre arquero. No recuerdo quien cuidaba ese arco, pero si recuerdo que la pelota se incrustó en su pelvis y lo tiró de espaldas hacia atrás un par de metros, pero en ese jaleo, claro, la avispa desapareció.
En fin, no deseo aburrirles con cuentos de futbol y espero algún otro día contarles de Peñaloza, de Díaz, Pavón, y tantos otros.
A pesar de la distancia y el tiempo les recuerdo con un gran cariño.

Escrito por Victor Rocher

miércoles, 13 de junio de 2012

Un día en el Seminario Franciscano

¡¡¡ Arriba los corazones!!! son las seis de la mañana, a levantarse. Pronto el elemento líquido auyenta por completo la somnolencia.
Ya estamos despiertos y acicalados.
Nuestra capillita se alegra al vernos entrar. De hinojos adoramos a Dios, le pedimos, mientras el sacerdote celebra el Santo Sacrificio de la misa.

Terminada la misa como no está a nuestro lado nuestra mamacita debemos tender nosotros mismos las camas.

El reloj marca la siete. Somos estudiantes y hay que estudiar. Dedicados 45 minutos para preparar las clases.

Ahora le toca al cuerpo. Hay que tomar providencias hasta las doce. Un humeante y espeso "cocho", una taza de leche y pan. ¿Que tal?.

A las ocho, escoba o escobillón en mano ponenmos bonito nuestro colegio.

Libros bajo el brazo, a las ocho y media se oye la voz solemne del profesor exponiendo áridas o amenas las materias y nosotros como "angelitos" tratando de captar.

Luego de dos clases amarraditas salimos por media hora a recrearnos. Acezantes nos encuentra la campanita que nos llama a reanudar las clases. Así lentamente vamos aprendiendo.

El sol cuando se digna madrugar está en su cenit. Esto indica que hay que reparar las fuerzas y por lo tanto nos dirigimos la refectorio. Ya habrá otra ocasión para referirnos al menú con que nos "agasajaban".

Satisfecho nuestro apetito juvenil, hacemos una breve visita a Jesús.
Síguese una recreación hasta la una y media.

Al igual que por la mañana disponemos de cuarenta y cinco minutos para preparar las clases que se inician a las 14:45.

A las 15:45 no omitimos las ineludibles onces.

Y ahora si que es "cueca compadre", disputamos un reñido partido de fútbol. y para refrescarnos ¿sabeis? tenemos una macanuda piscina. Así refrescados estamos dispuestos para dedicarnos dos horas. Desde la cinco y media a siete a cumplir con las tareas y estudiar.

Temprano es la cena, a las siete y media, y a las ocho nos dedicamos a la lectura por espacio de treinta minutos. Para terminar el día rezamos a la mamita Virgen orando por nuestros padres queridos, bienhechores y demás intenciones.

Finalmente a las nueve nos recogemos a descansar en nuestras mullidas camas.

Hasta otro día pacientes lectores, ya habeis conocido nuestro horario.

Transcrito de "El heraldo Franciscano", órgano literario del Seminario Franciscano San José de La Serena
Autor: E. Baeza G.  1964