martes, 30 de marzo de 2010

Algo no material apropiado en esta semana...


«Yo no busco recibir gloria de los hombres; pero los conozco y sé que no hay amor de Dios en ustedes. Yo he venido en nombre de mi Padre y no me reciben; si otro viniera en nombre propio a ése lo recibirían. ¿Cómo pueden creer ustedes –que reciben gloria unos de otros– y no buscan la gloria que procede del único Dios? No piensen que yo los acusaré ante el Padre; hay quien los acusa: Moisés, en quien ustedes esperan. En efecto, si creyesen a Moisés, tal vez me creerían a mí, pues él escribió de mí. Pero si no creen en sus escritos, ¿cómo van a creer en mis palabras?». (Juan 5, 311-47).


I. Jesús, está claro que no puedo amarte si primero no creo. La fe es muy importante, porque es el paso previo a la caridad, al amor. Por eso, he de fomentarla y cuidarla; no puedo jugar con la fe, ponerla en peligro. «En otros tiempos se incitaba a los cristianos a renegar de Cristo; en nuestra época se enseña a los mismos a negar a Cristo. Entonces se impelía, ahora se enseña; entonces se usaba de la violencia, ahora de insidias; entonces se oía rugir al enemigo, ahora, presentándose con mansedumbre insinuante y rondando, difícilmente se le advierte». (San Agustín).

La fe se robustece con el estudio, con la formación. No es coherente que vaya creciendo mi cultura, mi ciencia, mi capacidad crítica, y continúe con una formación religiosa «de primera comunión»: con explicaciones de la fe que no dan respuesta a las preguntas de una vida de adulto, ni pueden contrarrestar los ataques a la fe solapados bajo un lenguaje pseudo-científico y «progresista». Por eso, es importante asistir a charlas de formación, pedir consejo para leer libros interesantes sobre la doctrina y la vida cristiana, informarse sobre páginas de Internet que exponen completa y claramente sobre el tema, etc. ...

«Si no creen en sus escritos, ¿cómo van a creer en mis palabras?» Jesús, lo mismo que dices sobre Moisés, lo dices también sobre los apóstoles y los ministros de tu Iglesia: «Quien a ustedes oye, a mí me oye; quien a ustedes desprecia, a mí me desprecia» (Lucas 10,16). Si no oigo las enseñanzas de la Iglesia, si no las sigo, ¿cómo voy a creer? Los judíos «creían» en las escrituras, sin embargo, Tú les dices que no creen en los escritos de Moisés porque creen a su modo, interpretan a su manera. Igualmente, yo no puedo interpretar la escritura a mi manera. «Quien a ustedes oye, a mi me oye».


II. «Te aconsejo que no busques la alabanza propia, ni siquiera la que merecerías: es mejor pasar oculto, y que lo más hermoso y noble de nuestra actividad, de nuestra vida, quede escondido... ¡Qué grande es este hacerse pequeños!: «Deo omnis gloria!» –¡Toda la gloria, para Dios!– (Forja 1051).

«¿Cómo pueden creer ustedes –que reciben gloria unos de otros– y no buscan la gloria que procede del único Dios?» Si me busco a mí mismo: quedar bien, triunfar, y que los demás me admiren, ¿cómo voy a entenderte? Tú mismo has dicho: «Yo te alabo, Padre, Señor del Cielo y la tierra, porque ocultaste estas cosas a los sabios y prudentes, y las revelaste a los pequeños» Por eso, «¡Qué grande es este hacerse pequeño!»

Jesús, Tú eres Dios... y naces en un establo... vives pobre en una aldea perdida... mueres ajusticiado en una cruz... y te escondes bajo las especies de los alimentos más comunes de la tierra: vino y pan. ¿Por qué actúas así? ¿Qué me estás queriendo enseñar con esto?

Posiblemente quieres enseñarme que es mejor pasar oculto, y que lo más hermoso y noble de nuestra actividad, de nuestra vida, quede escondido. No significa que deba hacer las cosas mal, o que me tenga que dedicar a labores de segunda categoría. Tú me quieres con prestigio profesional y humano, y en los lugares en los que el ejemplo de mi vida cristiana pueda llegar a más gente. Pero sin buscar la alabanza propia, ni siquiera la que me merecería. Toda la gloria te la mereces Tú, que eres quien me ha dado mi inteligencia, tantos medios materiales, la formación religiosa, continuas gracias espirituales, una familia como la que tengo, etc.


Ayúdame, Jesús, a buscar siempre y en todo tu voluntad y tu gloria.

( Comentario realizado por Pablo Cardona.

Fuente: Una Cita con Dios, Tomo VI, EUNSA )



MEDITAR

I. La entrega plena de Cristo por nosotros, que culmina en el Calvario, constituye la llamada más apremiante a corresponder a su gran amor por cada uno de nosotros.

En la Cruz, Jesús consumó la entrega plena a la voluntad del Padre y el amor por todos los hombres, por cada uno: me amó y se entregó por mí (Gálatas 2, 20) ¿Cómo correspondo yo a su Amor? En todo verdadero sacrificio se dan cuatro elementos esenciales, y todos ellos se encuentran presentes en el sacrificio de la Cruz: sacerdote, víctima, ofrecimiento interior y manifestación externa del sacrificio, expresión de la actitud interior.

Si está en nosotros el querer ser imitadores de Jesús, si deseamos que nuestra vida armonice con lo que fue la suya entre los hombres, preguntémonos hoy si sabemos unirnos al ofrecimiento de Jesús al Padre, con la aceptación de la voluntad de Dios, en cada momento, en las alegrías y contrariedades, en el dolor y en el gozo.


II. La Santa Misa y el Sacrificio de la Cruz son el mismo y único sacrificio, aunque estén separados en el tiempo: se vuelve a hacer presente la total sumisión amorosa de Nuestro Señor a la voluntad del Padre. Cristo se ofrece a Sí mismo a través del sacerdote, que actúa ‘in persona Christi’. Su manifestación externa es la separación sacramental, no cruel ni violenta, de su Cuerpo y su Sangre, mediante el cambio total de la sustancia del pan en la sustancia del Cuerpo de Cristo y de toda la sustancia del vino en la sustancia de su sangre.

Nuestra oración de hoy es un buen momento para examinar cómo asistimos y participamos en la Santa Misa. Si tenemos amor, identificación plena con la voluntad de Dios, ofrecimiento de nosotros mismos, y afán corredentor.


III. El Sacrificio de la Misa, al ser esencialmente idéntico al Sacrificio de la Cruz, tiene un valor infinito, independientemente de las disposiciones concretas de quienes asisten y del celebrante, porque Cristo es el Oferente principal y la Víctima que se ofrece. No existe un medio más perfecto de adorar a Dios o de darle gracias por todo lo que es y por sus continuas misericordias con nosotros. También es la única perfecta y adecuada reparación, a la que debemos unir nuestros actos de desagravio.

La Santa Misa debe ser el punto central de nuestra vida diaria, como lo es en la vida de la Iglesia, ofreciéndonos nosotros mismos por Él, con Él y en Él. Este acto de unión con Cristo debe ser tan profundo y verdadero que penetre todo nuestro día e influya decisivamente en nuestro trabajo, en nuestras relaciones con los demás, en nuestras alegrías y fracasos, en todo.

No hay comentarios: